La crítica irracional a China y la necesidad de un análisis serio

 La crítica irracional a China y la necesidad de un análisis serio

El reciente artículo publicado en Infobae bajo el título “La brutal amenaza de China a México es un mensaje para Perú, Chile y Brasil”, escrito por Arturo McFields Yescas, se presenta con un lenguaje que más parece un manifiesto político que un análisis riguroso de las relaciones internacionales. Términos como “brutal”, “imperialista” o “quitarse la máscara” buscan generar alarma en los lectores, pero poco ayudan a comprender la complejidad de la relación entre América Latina y China.

En el mundo académico, la discusión de coyunturas sociales requiere argumentos racionales, no exageraciones emocionales. Precisamente lo contrario conduce a escenarios peligrosos: cuando no se aceptan ideas distintas, en lugar de debatir se recurre a la violencia, como ocurrió en el caso de Charlie Kirk, víctima de un ataque en lugar de una confrontación de ideas. El lenguaje empleado por McFields sigue esa misma lógica de intolerancia discursiva.

No es la primera vez que desde ciertos espacios mediáticos se intenta dibujar a China como una amenaza inminente. Sin embargo, sorprende el doble estándar: durante décadas, América Latina estuvo sometida a las presiones económicas y políticas de Estados Unidos y Europa —desde bloqueos comerciales hasta condicionamientos financieros del FMI—, pero ese mismo tono alarmista pocas veces se usó para describir esas realidades. Lo que con Occidente se presenta como “cooperación” o “alianza estratégica”, con China se describe como “coerción” o “colonialismo”.

Es innegable que la expansión económica china en la región plantea desafíos: dependencia excesiva de la exportación de materias primas, riesgos ambientales en megaproyectos o endeudamiento si no se negocian bien los términos. Pero reducir todo a una narrativa de “trampa” o “amenaza” es tan simplista como inútil. La verdadera pregunta no es si China es buena o mala, sino si los gobiernos latinoamericanos están preparados para negociar con firmeza y transparencia. Con instituciones sólidas, la relación con China puede ser tan beneficiosa como cualquier otra.

El caso de México ilustra bien esta tensión. En 2023, el comercio bilateral entre México y China superó los US$100,000 millones, consolidando a China como su segundo socio comercial más importante. México importó desde China más de US$81,000 millones en maquinaria, electrónicos y vehículos, mientras que sus exportaciones hacia el país asiático fueron mucho menores, lo que generó un déficit comercial de casi US$120,000 millones en 2024. Incluso en los primeros seis meses de 2025, el déficit ya superaba los US$57,000 millones.

Estas cifras muestran una realidad compleja: por un lado, las importaciones chinas han permitido a la industria mexicana —especialmente la manufactura orientada a la exportación hacia EE. UU.— contar con insumos más baratos y competitivos. Por otro lado, la asimetría comercial plantea un reto legítimo para la economía mexicana. Es precisamente allí donde deberían centrarse los debates: en cómo diversificar exportaciones, atraer más inversión productiva de calidad y lograr mayor transferencia tecnológica.

Que el gobierno mexicano haya decidido imponer aranceles para proteger su industria nacional es una medida legítima, tal como lo hacen los países desarrollados cuando buscan resguardar empleos. Que China responda con dureza es parte de la lógica de la competencia global, no una conspiración imperialista. Ignorar este contexto y convertirlo en un drama geopolítico solo distorsiona la discusión.

Más que alimentar temores, América Latina necesita un debate serio: cómo diversificar sus relaciones internacionales, cómo aprovechar las oportunidades que abre el mercado chino, y cómo fortalecer sus marcos regulatorios para evitar dependencias perjudiciales. Demonizar a China no hará más fuertes a nuestros países; lo que los hará más fuertes es saber negociar de manera soberana y estratégica.

Chengzun Pan

Chengzun Pan

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