Una historia personal que condensa la amistad entre Perú y China

 Una historia personal que condensa la amistad entre Perú y China

Por Chengzun Pan

El domingo pasado leí en Facebook una nota entrañable escrita por Lourdes Fernández, hija mayor del gran escritor y periodista peruano Antonio Fernández Arce, en la que reveló una anécdota poco difundida en los medios peruanos.

En la memoria de las relaciones entre China y Perú suele recordarse un episodio conmovedor: la hija menor de Antonio Fernández Arce enfermó de septicemia en Beijing, pocos meses después de haber nacido. Recibió entonces la atención más esmerada de las autoridades y médicos chinos.

Según la versión oficial, el propio primer ministro Zhou Enlai se interesó de manera especial en el caso. Ordenó la intervención de los mejores especialistas militares y organizó donaciones de sangre de parte de soldados. Gracias a esos esfuerzos, la niña sobrevivió y aquella historia se convirtió en símbolo de la amistad entre China y Perú.

Sin embargo, en los recuerdos de Lourdes, el relato adquiere nuevos matices y sentimientos. La niña permaneció internada casi diez meses en el Hospital Infantil de Beijing y, aunque partió rumbo al Perú en fase de recuperación, todavía no estaba completamente curada. Por ello, la familia decidió aprovechar la ruta de regreso para realizar un chequeo médico en Europa. Al llegar a Roma, y gracias a la coordinación previa del hospital chino, los médicos europeos confirmaron la mejoría y continuaron con el seguimiento, lo que dio tranquilidad a la familia para continuar el viaje hasta Lima.

Antonio Fernández Arce fue uno de los periodistas más jóvenes de Sudamérica que entrevistó a grandes personalidades como Mao Zedong y Zhou Enlai. En la historia moderna de China se le recuerda como “el amigo peruano más comentado”. Fue, además, uno de los pioneros que contribuyeron al establecimiento de relaciones diplomáticas entre China y Perú, hecho que llevó a que nuestro país se convirtiera en uno de los primeros países en reconocer a la República Popular China tras su fundación en 1949.

Tuve el privilegio de conocer a Antonio en 1993 y de mantener con él una estrecha amistad hasta 2014, año en que emprendió su viaje hacia un Oriente eterno. Siempre lo consideré no solo un entrañable amigo, sino también un maestro ejemplar en la lucha por sus ideales. Como escribí en mi libro, fue “un gran amigo del pueblo chino y un excelente mensajero que susurraba entre la Gran Muralla y Machu Picchu”. La amistad con Antonio marcó profundamente mi vida y, en gran medida, forjó lo que soy ahora.

Hoy, al recordarlo, no solo evocamos los milagros de la medicina y la solidaridad, sino también un capítulo conmovedor en los albores de la diplomacia entre China y Perú.

Alisson Ayto

Alisson Ayto

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