Reflexiones sobre el terremoto en el Día del Padre

El domingo por la noche, mis amigos y yo nos reunimos para celebrar el Día del Padre. Durante la cena, inevitablemente surgió el tema del terremoto ocurrido esa misma mañana.
El 15 de junio de 2025, a las 11:35 de la mañana, Lima sufrió un fuerte sismo de magnitud 6.1. Vivo en un piso diecinueve, y en ese momento sentí cómo todo el edificio se estremecía con violencia durante al menos treinta segundos. Salté inmediatamente de la cama y me refugié rápidamente en la sala, relativamente despejada, mientras por mi mente pasaban incontables imágenes de posibles derrumbes. Aunque racionalmente sabía que los edificios altos en Perú están construidos con estándares estrictos contra terremotos, en ese instante nadie podía mantener la calma completamente; al fin y al cabo, nadie puede predecir qué llegará primero, si mañana o una desgracia inesperada. Afortunadamente, la fuerte sacudida cesó después de unos diez segundos, y regresé a la cama para seguir viendo videos, como si nada hubiese ocurrido.
Poco después, comenzaron a circular por Internet videos del terremoto desde distintos puntos de la ciudad. Vi cómo se desprendían grandes rocas y polvo de los acantilados de la Costa Verde, una escena realmente impactante. Según las noticias, el terremoto causó al menos un muerto y varios heridos. La víctima fatal fue un mototaxista de 36 años, golpeado por ladrillos que cayeron de un edificio en el distrito de Independencia, quien ya no tenía signos vitales cuando llegó al hospital.

Últimamente, las tragedias naturales y provocadas por el hombre parecen no cesar en todo el mundo. Los conflictos bélicos en Ucrania y Oriente Medio continúan activos, y recientemente un avión se estrelló en la India, causando más de doscientas muertes en un instante. A pesar de los avances tecnológicos, la humanidad sigue siendo incapaz de controlar los giros repentinos del destino o anticipar la llegada de la muerte. Los terremotos no avisan con antelación, los misiles no distinguen civiles de militares, y los accidentes aéreos no eligen a sus víctimas por edad o profesión. Lo único que podemos hacer es valorar profundamente cada momento: valorar esas comidas sencillas en familia, las charlas relajadas entre amigos, y cada instante en el que podemos abrir los ojos y sentir el suelo bajo nuestros pies. Siempre habrá ocasiones para disfrutar una buena comida, pero con quién se comparte esa comida importa mucho más que lo que comamos. La vida es impredecible, y nadie puede asegurar que habrá otra oportunidad para reunirnos.
Muchos se preguntan cuál es el sentido de la vida. Pero la vida no responde a preguntas directas, sino que revela sus respuestas silenciosamente tras cada tragedia, en cada mañana después de sobrevivir a las dificultades, en cada abrazo simple y cálido. Que podamos vivir con lucidez, calidez y firmeza en este mundo lleno de incertidumbre.