José Jerí y el camino hacia el despertar del país

 José Jerí y el camino hacia el despertar del país

En menos de una semana desde que juró como presidente de la República del Perú, José Jerí —hasta entonces un presidente de congreso discreto— se ha convertido de repente en el centro de la escena política nacional. Su ascenso al poder, producto de una vacancia apresurada y de una crisis política repentina, lo ha colocado ante una tarea monumental: reconstruir la credibilidad del Estado y restaurar el orden. Aunque en su ceremonia de juramentación subrayó que solo encabezaba un “gobierno de transición”, su responsabilidad es inmensa en un contexto de corrupción extendida, inseguridad creciente y una administración pública desgastada.

A diferencia de muchos de sus predecesores interinos, Jerí, consciente de la brevedad de su mandato, ha mostrado confianza y determinación para lograr resultados concretos en poco tiempo. Aun con poder limitado, sus primeras acciones han despertado una inusual sensación de energía y autoridad en un ambiente político que parecía paralizado desde hace años.

En su discurso de investidura, Jerí declaró sin rodeos su intención de “declarar la guerra a la delincuencia”. La frase, aunque conocida en la política peruana, sonó esta vez oportuna y cargada de sentido real. La inseguridad ciudadana se ha convertido en la principal preocupación del pueblo peruano, y la sensación de un Estado ausente ha generado una decepción profunda. Poco después de asumir el cargo, el presidente dirigió personalmente una operación simultánea en los principales penales del país —Lurigancho, Ancón I, Challapalca y El Milagro—, donde se incautaron celulares, drogas y armas artesanales. La acción tuvo un fuerte valor simbólico y envió un mensaje claro: la autoridad del Estado debe sentirse nuevamente, incluso en los rincones más oscuros.

Algunos calificaron este gesto como un acto de espectáculo, pero, desde mi punto de vista, revela una claridad política poco común. El nuevo gobierno no parece dispuesto a perder tiempo en debates interminables, sino decidido a recuperar la confianza ciudadana mediante acciones visibles.

Durante la madrugada del 11 de octubre, un incendio devastó decenas de viviendas en Pamplona Alta, en el distrito de San Juan de Miraflores. En lugar de delegar la respuesta a sus funcionarios correspondientes, Jerí acudió personalmente a la zona afectada. Entre el humo y los escombros, prometió “acción inmediata” para las familias afectadas y ordenó instalar refugios temporales, registrar a los damnificados y coordinar recursos entre varios ministerios. En un país acostumbrado a presidentes ausentes, la imagen de un mandatario caminando entre las ruinas proyectó empatía y humanidad, virtudes casi olvidadas en la política peruana.

Paralelamente, Jerí emprendió una acción de mayor alcance político: hizo un llamado a la unidad y la reconciliación nacional. Evitó el lenguaje confrontacional y las tensiones que caracterizaron la relación entre el gobierno anterior, al Congreso y la ciudadanía. Su reunión con los altos mandos policiales y militares transmitió un mensaje de estabilidad: su objetivo es el orden, no la revancha. Aunque se presenta como un presidente de transición, ha intentado mantener la continuidad del Estado. Por ahora, ha conseguido enfriar temporalmente el clima político y frenar la expansión del caos.

Sin embargo, todo gobierno de transición enfrenta el mismo dilema: las actitudes son importantes, pero no bastan. Jerí deberá transformar los gestos simbólicos —la intervención en los penales, la visita a la zona del incendio, el encuentro con las Fuerzas Armadas— en políticas sostenibles. Sin presupuesto suficiente, sin una mayoría sólida en el Congreso y frente a una sociedad escéptica, mantener el impulso inicial será su mayor desafío. La historia del Perú está llena de presidentes que comenzaron con fuerza y terminaron atrapados por la inercia burocrática.

El éxito o el fracaso de Jerí dependerá de su capacidad para convertir esos gestos simbólicos en una agenda de gobierno realista: seguridad ciudadana, orden institucional y atención social. En medio de un clima generalizado de decepción, ha logrado proyectar una imagen inicial positiva a través de la acción directa. Aunque carece de un gran capital político, su actitud prudente y decidida ha despertado una nueva expectativa entre muchos peruanos.

Si logra mantener coherencia entre sus palabras y sus actos, podría ofrecer al país un periodo breve pero valioso de estabilidad y conducir la gobernabilidad de regreso al camino correcto. El Perú no necesita héroes ni salvadores, sino un presidente que sepa anteponer el interés nacional. Aunque su mandato sea corto, si gobierna pensando en la gente y en la patria, habrá ganado el respeto que tanto escasea en nuestra política.

Chengzun Pan

Chengzun Pan

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