La unidad, la bandera que guía el avance de una nación

Por Chengzun Pan
Cada vez que la Bandera Roja de las Cinco Estrellas de la Republica Popular de China ondea al viento, todos los chinos patriotas y los compatriotas que viven en el extranjero ven en ella no solo una bandera, sino también un símbolo espiritual.
El rojo representa la sangre derramada por aquellos que sacrificaron sus vidas por la fundación de la República, es la huella de fuego y sacrificio dejada por incontables personas que lucharon por la independencia nacional y la liberación del pueblo.
Las cinco estrellas —una grande y cuatro pequeñas, dispuestas en orden y formando un conjunto armónico— simbolizan la unión del pueblo chino bajo la dirección del Partido Comunista de China para construir juntos una nueva nación.
La estrella grande representa el núcleo, mientras que las cuatro estrellas pequeñas simbolizan a las distintas clases sociales. Cada una de ellas tiene una punta orientada hacia el centro, lo que significa que, sin importar la identidad, profesión o procedencia, todos comparten un mismo objetivo: el interés nacional.

El diseño de esta bandera parece sencillo, pero encierra una profunda filosofía de gobernanza: solo con un centro se puede reunir fuerza, y solo con unidad se puede avanzar hacia el futuro.
Gracias a ese espíritu, China se levantó en medio de las dificultades internas y externas, recorrió un camino complejo y, a pesar de los desafíos, nunca perdió su rumbo.
La Bandera Roja de las Cinco Estrellas nos recuerda que el verdadero poder de una nación no reside en los eslóganes ni en la lucha por el poder, sino en la fuerza interior de millones de personas unidas hacia un mismo objetivo.

Sin embargo, como chino residente en el Perú y alguien que ama profundamente esta tierra, no puedo evitar sentir preocupación y ansiedad al observar la situación actual del país.
En los últimos años, el escenario político peruano ha estado marcado por continuos cambios de gobierno, luchas partidarias y una creciente fragmentación social.
En apenas unos años, varios presidentes han asumido y dejado el cargo; el conflicto entre el Congreso y el Poder Ejecutivo se ha vuelto casi una norma política.
Los diferentes partidos se atacan en defensa de sus propios intereses, mientras los medios y la opinión pública se ven arrastrados por la polarización emocional.
El país parece atrapado en un ciclo “sin núcleo”: las políticas carecen de continuidad, la confianza social disminuye y la esperanza de los ciudadanos se desgasta una y otra vez en medio de las disputas políticas. La división política no solo fractura al Congreso, sino también al gobierno y al consenso social.
Algunos buscan reformas, otros las resisten; algunos claman por orden, otros por libertad. Nada de eso es malo en sí mismo.
Pero cuando todas las fuerzas avanzan por caminos opuestos y sin un propósito común, el carro de la nación solo puede quedarse estancado. Sin dirección común, no hay posibilidad de avanzar.

La experiencia de China nos enseña que la unidad no significa uniformidad de pensamiento, sino coincidencia de objetivos.
Las personas pueden tener ideas diversas y opiniones distintas, pero debe existir un centro común: el bienestar del pueblo y el interés a largo plazo del país.
Ese es el verdadero significado de la Bandera Roja de las Cinco Estrellas: buscar la armonía en la diversidad, alcanzar el consenso en medio de las diferencias.
No se trata de eliminar las discrepancias, sino de hacer que convivan dentro de un orden; de permitir que los conflictos se transformen en energía constructiva.

El Perú no carece de políticos inteligentes ni de ciudadanos apasionados.
Lo que falta es un mecanismo espiritual que permita a las distintas fuerzas “orientarse hacia un mismo centro”: una visión de nación que supere los límites del partido y del interés personal.
Frente a los desafíos de la inseguridad, el atraso educativo, el resurgimiento de la pobreza y la degradación ambiental, si las fuerzas políticas siguen atrapadas en juegos de poder a corto plazo y carecen de un compromiso común con el futuro del país, cualquier política será solo papel sin sustancia.
La unidad no es un lema, es un recurso estratégico.
De ella depende que una nación pueda resistir presiones externas, construir consensos internos y sembrar esperanza para las futuras generaciones.
A lo largo de la historia, todo pueblo que logró renacer del caos lo hizo recorriendo el camino que va de la división a la cohesión.
Sin unidad no hay confianza; sin confianza no hay cooperación; y sin cooperación, no hay desarrollo.
















