La “clase media” en el Perú, entre el mito estadístico y la dura realidad

Por Chengzun Pan

Muchos organismos internacionales de renombre aseguran que entre el 30 % y el 40 % de la población peruana pertenece a la clase media. Pero estos informes, con un tono que parece salido de la imaginación de las élites financieras, resisten poco escrutinio. En una ciudad como Lima, incluso quienes son clasificados dentro de esta categoría difícilmente logran cubrir sus gastos básicos de vida.

El caso del Banco Mundial es emblemático: sus estadísticas consideran como clase media a quienes perciben alrededor de 10,5 dólares diarios por persona. Traducido a soles, esto significa que alguien que gana menos de mil soles al mes podría ser contado como “clase media”. Sin embargo, en la vida cotidiana, ese ingreso apenas alcanza para sobrevivir, y mucho menos para sostener un “estilo de vida digno de la clase media”. Hoy el salario mínimo en el Perú es de S/ 1,130, mientras que el costo de la canasta básica urbana para una familia pequeña supera los S/ 2,500. En estas condiciones, ¿cómo podrían considerarse “clase media” aquellos que no pueden pagar ni una escuela privada barata, ni una consulta médica, ni un alquiler adecuado?

El problema no se limita a los métodos estadísticos, sino que también refleja el divorcio entre las élites financieras, ajenas a la realidad, y las duras condiciones que vive la población. Para facilitar comparaciones internacionales, los organismos suelen aplicar estándares uniformes, pero en el proceso ignoran la verdadera situación de los hogares peruanos. Así, trabajadores que apenas logran subsistir aparecen en las tablas como “clase media”, cuando en realidad basta una enfermedad o la pérdida del empleo para que caigan en la precariedad absoluta.

La comparación histórica resulta aún más reveladora. En las décadas de 1950 y 1960, aunque la clase media peruana era reducida, gozaba de cierta seguridad: maestros, empleados públicos y pequeños comerciantes podían educar a sus hijos, ahorrar un poco y mirar al futuro con esperanza. Hoy, en cambio, buena parte de los supuestos “clase media” sobreviven en condiciones frágiles: trabajos altamente informales, ausencia de ahorros y escasa cobertura de salud. Lo que antes fue símbolo de progreso y estabilidad, hoy se ha convertido en gran medida en un espejismo estadístico.

Una definición más realista debería reconocer que quien gana menos de S/ 2,500 al mes difícilmente puede ser considerado clase media. El verdadero núcleo de este sector se encuentra más bien en los hogares con ingresos de S/ 4,000 a S/ 7,000, lo que permite cubrir vivienda, educación y salud, además de un margen mínimo de ahorro. Todo lo que se ubique por debajo de ese umbral no es más que “clase media frágil”, o directamente “pseudo clase media”.

Esta discusión está lejos de ser un mero juego académico. Inflar artificialmente la proporción de la clase media genera la ilusión de un progreso que no se refleja en la vida de la gente. Si el Perú realmente quiere consolidar una clase media auténtica, necesita generar más empleo formal, mejorar la calidad del salario —y no solo su cifra nominal— y construir servicios públicos acordes con los ingresos. De lo contrario, seguiremos celebrando estadísticas, mientras millones de peruanos permanecen atrapados en la incertidumbre diaria.

Y hay un aspecto más alarmante: elevar los salarios por decreto no erradica la pobreza. Al contrario, sin un sustento en la estructura productiva, los incrementos salariales desmedidos solo alimentan la inflación. Hace diez años, con sueldos de S/ 1,500, muchos trabajadores podían cubrir sus necesidades básicas; hoy, con S/ 3,000, enfrentan mayores dificultades para sostener a toda la familia. La caída del poder adquisitivo no se resuelve con simples aumentos, y la historia económica del Perú ya lo ha demostrado con claridad. La gran incógnita es cómo, en este nuevo contexto, podrá desarrollarse la economía peruana para dar lugar a una verdadera clase media. El tiempo tendrá la respuesta.

Chengzun Pan

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