¿Por qué el Perú no puede soportar el dolor de la reforma?

 ¿Por qué el Perú no puede soportar el dolor de la reforma?

En el contexto latinoamericano, aunque el Perú ha sido considerado una tierra de desarrollo constante, su sistema político deja mucho que lamentar. Cada dos o tres años, la sociedad clama por un cambio de gobierno, y los políticos con aspiraciones al poder vuelven a lanzar consignas como modernización, reconstrucción del país o reforma institucional. Lamentablemente, poco después, todo se estanca. El tema de la “reforma” se ha discutido durante décadas, pero nunca se ha concretado.

No es que los peruanos no entiendan la importancia de la reforma, sino que el país, desde su estructura social hasta su sistema político y la mentalidad colectiva, aún no está preparado para enfrentar el costo que implica una verdadera transformación.

Para comenzar, la sociedad peruana está profundamente fragmentada. La costa y la sierra, Lima y las provincias, la ciudad y el campo, parecen mundos distintos. Todos perciben los problemas del país de forma diferente y priorizan asuntos distintos, por lo que es difícil alcanzar consensos. Además, una gran parte de la población trabaja en la economía informal, lo que significa que no paga impuestos, no tiene seguridad social ni derechos laborales. Ante propuestas de reforma tributaria o laboral, estas personas reaccionan inmediatamente con rechazo.

Uno de los grandes problemas del Perú es el tamaño reducido de su clase media, que no puede sostener una base social estable. Muchos de los sectores privilegiados viven desconectados de la realidad popular, mientras que los más pobres dependen en gran medida de los subsidios del Estado. Si algún gobierno propone reducir beneficios para construir un sistema más justo, es casi una provocación.

En el ámbito político, el diseño institucional del Perú también presenta serios problemas. Aunque el presidente proponga reformas, basta con que el Congreso se oponga para que nada avance. El presidente puede ser destituido poco después de asumir el cargo, los gabinetes se reemplazan constantemente, y las políticas no logran sostenerse en el tiempo. En poco más de 20 años, el país ha tenido más de 10 presidentes, muchos de los cuales han sido encarcelados o investigados. En este contexto, no se trata solo de implementar reformas: gobernar ya es una tarea agotadora.

Lo más preocupante es que en medio de este caos, el populismo encuentra terreno fértil. Basta con que un político diga “vengo del pueblo” o “estoy contra las élites” para ganar votos. Pero cuando estos candidatos sin experiencia en gestión asumen el poder, los resultados suelen ser decepcionantes. Pedro Castillo es un ejemplo claro. Era maestro rural, representaba a las clases populares, pero su falta de preparación, el desorden de su equipo y la constante obstrucción del Congreso precipitaron su caída.

Y su sucesora, Dina Boluarte, en su intento por conservar el poder, se acercó a los grupos económicos tradicionales, perdiendo así el respaldo de la población que supuestamente debía representar. A esto se suma que cualquier inconformidad de sindicatos, transportistas, mineros o estudiantes termina en protestas masivas, haciendo que cualquier intento de reforma sea inviable.

Muchos depositan sus esperanzas en elegir “un buen presidente”, pero la raíz del problema es mucho más profunda. ¿Tiene el Perú una sociedad capaz de soportar una reforma? ¿Existe un sistema en el que todos confíen? ¿Contamos con mecanismos reales para dialogar, negociar y construir consensos?

Si no se resuelven estos aspectos fundamentales, no importa quién esté en el poder o cuán fuertes sean los discursos, todo terminará en el mismo ciclo: gritos por reforma, parálisis, protestas sociales, caída del gobierno… y vuelta a empezar. La reforma no es una promesa en papel, ni tarea de una sola persona. Es un proceso que requiere la participación, la comprensión y el sacrificio de toda la sociedad. Cambiar las leyes es relativamente fácil; lo difícil es transformar los hábitos, las percepciones, la confianza y la disposición colectiva.

El Perú no carece de propuestas de reforma. Lo que falta es voluntad social para asumir los costos de esos cambios. Si solo se desea el beneficio sin afrontar el dolor, el país difícilmente saldrá del estancamiento.

Si cada vez que enfrentamos una crisis gritamos “¡hay que reformar!”, pero retrocedemos en cuanto llegan los desafíos reales, entonces la reforma seguirá siendo un eslogan vacío. Y el populismo, como una sombra, continuará acompañando al Perú en todo su camino de desarrollo, sin desaparecer nunca.

Chengzun Pan

Chengzun Pan

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