Un Papa con alma peruana y una oportunidad para reconstruir el tejido social

Redacción por Chengzun Pan
La visita de la presidenta Dina Boluarte al Vaticano, el pasado 18 de mayo de 2025, en el marco de la misa de inicio del pontificado del papa León XIV, marcó un momento de profunda carga simbólica para el Perú. Más allá del protocolo diplomático, el gesto de entregar una cruz de Motupe al nuevo Sumo Pontífice fue un acto de reconocimiento espiritual y cultural que sitúa al Perú en una posición única frente al Vaticano y ante el mundo católico.
El papa León XIV, anteriormente conocido como Obispo Robert Francis Prevost, no es ajeno a nuestra realidad. Vivió y sirvió durante más de tres décadas en el Perú, particularmente en Chiclayo, donde desarrolló una labor pastoral cercana a las comunidades más vulnerables. Conoce nuestras calles, nuestras luchas cotidianas, nuestras costumbres y también nuestras fracturas sociales. Su elección como nuevo líder de la Iglesia Católica genera no solo entusiasmo entre los fieles, sino también esperanza entre quienes buscan referentes éticos en un contexto de inseguridad, desconfianza y polarización en nuestro país, que se llama Perú.

La presencia de la mandataria peruana en su entronización fue más que un gesto de cortesía internacional. Fue un acto político y espiritual que reconoce el valor estratégico de contar con un Papa que conoce y valora al Perú. La presidenta Boluarte no solo transmitió el saludo del pueblo peruano, sino que reafirmó una conexión espiritual que, si se trabaja con visión, puede traducirse en cooperación concreta para el desarrollo social.
En un país golpeado por la violencia urbana, el crimen organizado, la corrupción institucional y la pérdida de cohesión familiar, el mensaje de León XIV —centrado en la unidad, el perdón y la construcción de puentes— adquiere una resonancia muy particular. No se trata de una visión mística desconectada de la realidad, sino de una espiritualidad vivida como herramienta de reconciliación y prevención. Cuando la fe se convierte en práctica comunitaria —desde las parroquias hasta las escuelas— puede fortalecer el tejido social y devolverles a muchos jóvenes en riesgo un sentido de pertenencia, una red de apoyo y un proyecto de vida.
La seguridad ciudadana no se logrará únicamente con más policías ni con leyes punitivas. Se logrará cuando la ciudadanía vuelva a confiar en sí misma, en sus valores, en su comunidad. En ese sentido, el liderazgo moral del papa León XIV puede tener un impacto concreto si se articula con políticas locales de prevención del delito, programas juveniles, recuperación de espacios públicos y apoyo a las familias. El Perú tiene tradiciones religiosas vivas —como la cruz de Motupe, el Señor de los Milagros o la festividad del Corpus Christi— que pueden convertirse en anclas de identidad frente al caos, herramientas de educación en valores y motores de turismo cultural y religioso.
El reciente respaldo del Vaticano a iniciativas como el reconocimiento de Eten como “Ciudad Eucarística” es prueba de que hay disposición para una cooperación más estrecha. La visita de la presidenta peruana puede ser la puerta de entrada a un diálogo renovado entre el Estado peruano y la Santa Sede, con miras a promover el desarrollo humano integral desde una base ética y espiritual.

Hoy más que nunca, el Perú necesita referentes morales y una narrativa de esperanza. Tener un Papa que no solo conoce el país, sino que lo ama y lo entiende desde dentro, es una bendición histórica. Pero las bendiciones no bastan si no se traducen en acción. El reto ahora es de nuestras autoridades, de nuestras comunidades y de cada uno de nosotros: transformar esta oportunidad espiritual en una herramienta concreta para construir paz, seguridad y justicia desde las raíces mismas de nuestra sociedad.
Quiero felicitar a la presidenta Dina Boluarte por su valiosa iniciativa de participar en la ceremonia de inicio del pontificado del papa León XIV. Siempre he creído que el jefe o la jefa de Estado debe ser una persona con carácter y decisiones autónomas. La democracia no debería reducirse a una forma primitiva de pensar que “la mayoría siempre tiene la razón”, sino que debería impulsarnos a buscar líderes con ideas firmes y voluntad fuerte, que tomen decisiones en beneficio del país, incluso cuando estas no sean las más populares.
Hoy contamos con un Papa que nos conoce profundamente y que siente un vínculo real con el Perú. Aprovechemos esta oportunidad, con fe, pero sobre todo con la firme convicción de que nuestro país merece una vida en paz y con más prosperidad.